Desde Saturno con amor. Capítulo 2 (chu)

Buenas. Soy Saturnino, el de Saturno. Si tuviera en cuenta el concepto espacio-tiempo diría algo en relación a los meses que llevo sin escribir nada de mis peripecias por La Tierra. Pero no es el caso.

Estuve una temporada observando las costumbres humanas bajo mi apariencia original, la cual resulta invisible e imperceptible para la mayor parte de personas. Las excepciones, los que sí pudieron verme, en su mayoría se encuentran bajo tratamiento psiquiátrico. Aunque no es ese el tema que quiero tratar ahora.

Con el objetivo de tener una visión más cercana, el método a seguir es ocupar cuerpos humanos e interactuar con ellos (lo que viene a ser una posesión de las de toda la vida). Cuando abandono el cuerpo, su inquilino habitual vuelve a él y no recuerda nada de lo acontecido, aunque ello no suele servirle de atenuante de cara a tribunales, esposas y/o maridos y familiares en general.

Tanto en Saturno, como en La Tierra y en cualquier rincón del Universo, el modo de adquirir experiencias es vivirlas en primera persona (aunque hay una sección de terrícolas que se autodenominan filósofos que parecen tener la firme convicción de que leer las experiencias ajenas viene a ser lo mismo… en fin, quizás algún día lean que hay que hacer justo lo contrario). Es por ello lo de ocupar cuerpos ajenos.

En primer lugar me instalé en un cuerpo femenino de 1 año de edad. Si bien el susodicho cuerpo aún carecía de una formación completa, pude comprobar que probablemente las personas de esas edades sean lo más parecido a lo que se puede denominar un ser brillante, o limpio. Parece ser que conforme avanzan los años, los humanos se empecinan en parecerse más y más a los seres del reino animal.

Se vive bastante bien siendo un bebé. Pocas preocupaciones. Si hay hambre, basta con berrear. Si hay sueño, basta con berrear. Berrear sirve para todo. Luego, se aprende a hablar y todo se complica mucho.

Cosa curiosa también es que te preguntan muchas cosas, pero sin esperar ninguna respuesta por lo que pude comprobar. Estaba la persona que se atribuía el título de “mamá” preparando una papilla mientras me preguntaba: “¿Quién se va a comer todo esto para hacerse muy grande?”. Resulta que era una papilla que a mi no me gustaba nada de nada, de modo que creí conveniente explicarle la situación. Para ello, le conté con pelos y señales mi verdadera procedencia y mi vida antes de desembarcar en La Tierra, para que así se hiciera una idea de mis gustos culinarios. Hubo un momento que acertó a exclamar “¡¡por Dios!!”, y entonces le estuve explicando el origen del Universo, quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

A mitad de explicación, mi madre circunstancial estaba en el suelo, babeando y con calambres por todo el cuerpo. Seguramente su mente no estaba preparada para que un bebé de 1 año le hable sobre el origen del hombre. O sencillamente que hable, sea de lo que sea. Menos mal que no le llegué a pedir una cerveza.

Viendo que la interacción posible en ese cuerpo era muy limitada, decidí salir de él y dedicarme a buscar otro cuerpo con el cual pueda expresarme sin causar convulsiones y colapsos cerebrales.

Seguiremos relatando. Desde Saturno con amor,

Saturnino.